Sábado de la II semana de Cuaresma
¿Cuántos hijos pródigos necesitados de un Padre (madre)
misericordiosos nos va a dejar esta pandemia? Siempre que miramos a este texto
nos acabamos percatando de la vergüenza que puede sentir el hijo menor, después
de haber catapultado los bienes. Nos inclinamos ante la misericordia del Padre
que acoge. Nos indignamos (aunque entendemos) ante la postura del hijo mayor.
Pero, ante la dureza de la situación que atravesamos por la crisis sanitaria,
cuántos corazones rotos por la soledad, la pérdida, el dolor y la enfermedad.
Cuántos proyectos destruidos ante la falta de certezas y ante una situación
económica que aún no se ha acercado a su fin. Vamos a necesitar mucho Padre
misericordioso para recuperar nuestra salud, nuestra sociedad, nuestra
capacidad moral y nuestra identidad…
Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los
publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas
murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a
su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna".
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo
lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo
perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra
un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos
de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de
las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia
de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;
ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y,
echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya
no merezco llamarme hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela;
ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba
muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado".
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música
y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado
el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud ".
Él se indignó y no quería entrar; pero su padre salió
e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin
desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener
un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido
tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».
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