San Francisco de Borja
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
La
prueba que los fariseos lanzan a Jesús acaba volviéndose contra ellos. Jesús
pone en entredicho la literalidad de la norma del Antiguo Testamento abogando
por lo más genuino, la igualdad del hombre y la mujer ante Dios y, en
consecuencia, entre ellos. Aunque la convivencia se resienta, aunque las
dificultades afloren y se pueda hacer no viable, el objetivo de la unión del
hombre y la muer es el camino hacia la unidad.
Marcos 10, 2-16
En
aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a
prueba:
«¿Le
es lícito al hombre repudiar a su mujer?».
Él
les replicó:
«¿Qué
os ha mandado Moisés?».
Contestaron:
«Moisés
permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús
les dijo:
«Por
la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al
principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre
a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
De
modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no
lo separe el hombre».
En
casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él
les dijo:
«Si
uno se repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la
primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Acercaban
a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Al
verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad
que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como
ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de
Dios como un niño, no entrará en él».
Y
tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
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