Jueves de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario
La
advertencia de Jesús es dura. Los maestros de la ley, los que se han convertido
en intérpretes ‘autorizados’ del Señor corren el riesgo de anunciarse a sí
mismos, de apoderarse de la Palabra, de encerrarla y atarla, de no dejarla que
sople el corazón de los hombres y mujeres.
Lucas 11, 47-54
En
aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay
de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros
padres!
Así
sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos
los mataron, y vosotros les edificáis mausoleos.
Por
eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos de
ellos los matarán y perseguirán”; y así, a esta generación se le pedirá cuenta
de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde
la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el
santuario.
Sí,
os digo: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay
de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la
ciencia: vosotros, no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis
impedido!».
Al
salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a
tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para
cazarlo con alguna palabra de su boca.
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