Lunes Santo
¡Cuánto
nos cuesta honrar en vida a aquellos que se lo merecen! Damos medallas y hacemos
homenajes a las personas que se han comprometido con proyectos importantes una
vez que ya no están entre nosotros. ¿Acaso no nos llena reconocer al otro
cuando nos puede ver y escuchar? Parece que nos puede más el recelo que
despierta la envidia, el egoísmo o la desconfianza. Por ello Jesús, antes de
subir a Jerusalén y a la cruz nos pide fe. Ante los momentos más difíciles de
su misión nos pide que abramos más los ojos y sepamos reconocer en él al Hijo
de Dios.
Jn 12,1-11
Seis
días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había
resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y
Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María
tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los
pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del
perfume.
Judas
Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por
qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los
pobres?».
Esto
lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como
tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús
dijo:
«Déjala;
lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis
siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una
muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús,
sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los
sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por
su causa, se les iban y creían en Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario