Miércoles de la IV Semana de Cuaresma
Frente
a las posiciones judías que separaban a Jesús del Padre, Juan manifiesta esta
comunión plena entre el Padre y el Hijo. Dios envía a su Hijo para salvar, no
para juzgar ni condenar. Pero el judaísmo fue reacio a reconocer la divinidad
de Jesucristo. Hoy nosotros también tenemos nuestras dudas, seguro. Pero el
camino cuaresmal nos tiene que ayudar a contemplar la unión amorosa del Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. La Pascua está cerca y el misterio de amor está a
punto de dar un salto de compromiso absoluto en favor del ser humano.
Jn 5,17-30
En
aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi
Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por
eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el
sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús
tomó la palabra y les dijo:
«En
verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo
que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo,
pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras
mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo
mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da
vida a los que quiere.
Porque
el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que
todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que lo envió.
En
verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió
posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte
a la vida.
En
verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque,
igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener
vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del
hombre.
No
os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro
oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida;
los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo
no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo,
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
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