Jueves de la V Semana de Cuaresma
El
desenlace está cerca. Tan cerca como el final de la cuaresma. Y después de este
intenso camino cabe la posibilidad de que nos hayamos alejado más del Señor,
quizá porque no hemos escuchado su palabra. Pero seguro que no ha sido así y
vemos con mayor claridad, gracias a los ojos de la fe, que Jesucristo es el
Hijo de Dios y que su derroche de amor culminará en su entrega generosa y en la
resurrección. En esto reside el camino cuaresmal. En reconocer al Señor como
centro y motor de nuestra vida y adherirse personalmente a su misión, una
misión que culmina con vida, no con muerte.
Jn 8,51-59
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En
verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para
siempre».
Los
judíos le dijeron:
«Ahora
vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú
dices: "Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre"?
¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas
murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús
contestó:
«Si
yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es
mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo
conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera "No lo conozco" sería, como
vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán,
vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de
alegría».
Los
judíos le dijeron:
«No
tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús
les dijo:
«En
verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces
tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
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