IV Domingo de Cuaresma
El
encuentro de Jesús con Nicodemo es el encuentro íntimo del Señor con todos
nosotros, porque nos agobia el ritmo que nos hemos autoimpuesto en lo cotidiano
y porque tenemos dudas. Muchas. Y dudar no es malo. Frente a quienes piensan
que un cristiano jamás debe dudar está la madurez de aquellos cristianos que a
lo largo de la historia han dado razones para creer después de enfrentarse a
dudas existenciales y crisis de fe. Una fe madura pasa por pruebas, se interroga
e interpela a la realidad, a Dios y a la Iglesia. Cuaresma nos tiene que ayudar
a intimidar con el Señor para salir reforzados en nuestro seguimiento del
Señor.
Jn 3,14-21
En
aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Porque
tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque
Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él.
El
que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha
creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este
es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a
la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la
luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En
cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras
están hechas según Dios».
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