Martes de la V Semana Pascua
Vivimos tiempos convulsos. Tiempos en los que la paz es un frágil deseo de la humanidad y se empieza a quebrar de manera inquietante ante nuestros ojos. ¿Cómo no hablar de paz? Pero ¿qué paz anhelamos? ¿La que se limita a pedir la ausencia de conflictos bélicos o la que de verdad nos construye como una familia humana y humanizadora? Esta última es la de verdad compromete, exige y da frutos. ¿Pero estamos dispuestos a comprometernos?
Jn 14,27-31a
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo».