Miércoles de la IV Semana de Pascua
Qué
matices tiene la Palabra de Dios. El Dios de Jesucristo no sanciona ni castiga
a aquellos que no acogen su palabra y sus gestos. La opción es libre y la
acogida o el rechazo son una posición personal no sancionable. Pero es cierto
que quien la rechaza pierde una luz, un sentido para leer la realidad que nos
asusta y nos envuelve. ¡Cuánto tenemos que reflexionar sobre esto! ¡Cuántos
dogmatismos y fundamentalismos se destruyen desde la palabra en nombre de la
cual los hemos creado!
Jn 12,44-50
En
aquel tiempo, Jesús gritó diciendo:
«El
que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a
mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree
en mí no quedará en tinieblas.
Al
que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para
juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis
palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo
juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que
me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé
que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha
encargado el Padre».
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