Martes de la II Semana de Pascua
Todos
somos un poco Nicodemo. El hombre creyente, de buena voluntad que quiere seguir
al Señor, pero que se siente removido en su interior por dudas importantes que
afectan al sentido de su vida. Los cimientos sobre los que había asentado su
existencia se tambalean en el encuentro íntimo con Jesucristo. Quiere entender,
comprender el misterio, pero necesita contemplar, ver y creer. No nos
diferenciamos mucho de él. Queremos entender, pero ¿nos hemos parado a
contemplar? ¿Hemos visto y creído?
Jn 3,5a.7b-15
En
aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis
que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes
de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo
le preguntó:
«¿Cómo
puede suceder eso?».
Le
contestó Jesús:
«¿Tú
eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos
de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís
nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo
creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el
que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
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