San Isidoro, obispo y doctor
Viernes de la IV Semana de Pascua
La responsabilidad del discípulo es grande. Ha recibido la luz, la sal, la esencia de la vida feliz del creyente; pero no lo ha recibido para quedárselo de manera egoísta. La felicidad recibida solo crece cuando se hace extensiva a los demás. El amor sufre del mismo mal, que si no se da a los demás no crece ni aporta sentido a nada de lo que hacemos. Por eso nuestra misión es extender el amor del Padre a todos y hacerlo como luz y sal en nuestro entorno.
Mt 5,13-16
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No
sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte.
Tampoco
se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en
el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille
así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
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