Lunes de la Octava de Pascua
Si
algo se tiene que notar en el rostro de los cristianos es la alegría. Da igual
que otros tengan otros intereses. Da igual que pongan sobre la mesa ofertas
suculentas para que vivas sin mirar más allá del horizonte, a la profundidad de
tu corazón, a la intensa alegría de tu vida. Lo que tú vives, lo que
experimentas, lo que día a día ha llenado tu vida no se puede comparar al
silencio interesado de otros. Vive, y hazlo feliz, en plenitud.
Mt 28,8-15
En
aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de
miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De
pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas
se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús
les dijo:
«No
temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras
las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y
comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los
ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma,
encargándoles:
«Decid
que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros
dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y
os sacaremos de apuros».
Ellos
tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha
ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
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