VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús abre los ojos a sus
discípulos con enseñanzas prácticas que interpelan el interior del hombre. Son
las mismas que hoy Dios nos lanza a nosotros. El Dios que es bueno, que ama y
acoge, que es tierno y misericordioso nos pide que seamos perfectos como él es
perfecto. Que caminemos hacia la santidad. Y eso pasa por desechar de nosotros
toda intención de convertirnos en jueces de los demás, de opinar sin conocer,
de ver solo lo superficial… Lo importante está en nuestro interior y de dentro
salen los frutos. A través de ellos damos testimonio.
Lc 6,39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a los
discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a
otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su
maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que
tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo
puedes decirle a tu hermano:
"Hermano, déjame que te
saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo?
¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar
la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé
fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce
por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos
de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que
atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;
porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
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