Domingo de Resurrección
Junto a la aparente derrota ante
la tumba contemplamos cómo nuestra propia existencia se ha convertido en
desesperanza desde que la pandemia entró en nuestras vidas. Proyectos vitales y
familiares que se detuvieron, personas a las que ni siquiera hemos podido
despedir y nos han dejado para siempre. Enfermos que han quedado tocados y no
recuperan la salud. Ha aflorado la injusticia por las prisas para vacunarnos
hasta el punto de mercadear con la salud. Una crisis social y económica que nos
deja secuelas, una de ellas, quizá la más importante es la resignación y la
sensación de derrota. La resurrección nos apela, nos invita a levantarnos y
ponernos en camino, a hacer frente a la resignación, recuperar la esperanza y
convertir la alegría en nuestra actitud vital.
Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María
la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la
losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba
Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »
Salieron Pedro y el otro discípulo
camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más
que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los
lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás
de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio
aparte.
Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían
entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
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