Miércoles de la IV Semana de Pascua
El mensaje inicial del evangelio
se dirige al pueblo judío, el pueblo elegido en el Antiguo Testamento. Pero la
salvación colectiva es rechazada. Ahora la salvación, destinada a toda la
humanidad, resulta que se sostiene en la fe de cada individuo. El seguimiento
es la adhesión personal a Jesús que es misionero al tiempo que objeto y
contenido de la misión. Y nosotros, ¿nos anunciamos o testimoniamos al Señor?
Juan 12, 44-50
En aquel tiempo, Jesús dijo,
gritando:
«El que cree en mí, no cree en
mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado.
Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en
tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».
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