Viernes Santo
¿Dónde quedó la multitud que
acompañaba a Jesús de aldea en aldea? ¿Dónde aquellos que le aclamaron al
entrar en Jerusalén? ¿Dónde quienes fueron saciados con panes y peces? ¿Todos
se han ido? Todos no, solo un resto permanece. Ante el dolor, el sufrimiento y
la cercanía de la muerte en la cruz Jesús siente la soledad. La misma soledad
que todos aquellos que hoy sufren por cualquier causa. Por el rechazo y la
exclusión, por la enfermedad, por el odio, por la injusticia, la pérdida del
trabajo que dignifica y sustenta, etc… ¿Y qué hacemos? ¿Somos del resto que
sigue al Señor en la dificultad o somos de los que nos escondemos?
Juan 18, 1-19, 42
Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con
sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y
entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía
también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y
de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ - «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. - «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ - «Yo soy».
C. Estaba también con ellos
Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron
a tierra. Les preguntó otra vez:
+ - «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. - «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ - «Os he dicho que soy yo. Si
me buscáis a mi, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había
dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba
una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja
derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ - «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La cohorte, el tribuno y los
guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a
Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que
había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el
pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo
seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con
Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la
puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la
portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. - «¿No eres tú también de los
discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. - «No lo soy».
C. Los criados y los guardias
habían encendido un brasero, porque hacia frío, y se calentaban. También Pedro
estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ - «Yo he hablado abiertamente
al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se
reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas
a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que
yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los
guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. - «¿Así contestas al sumo
sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ - «Si he faltado al hablar,
muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a
Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus
discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie,
calentándose, y le dijeron:
S. - «¿No eres tú también de sus
discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. - «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo
sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. - «¿No te he visto yo en el
huerto con él?»
C. Pedro volvió a negar, y
enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de
Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no
incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde
estaban ellos, y dijo:
S. - «¿Qué acusación presentáis
contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. - «Si éste no fuera un
malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. - «Lleváoslo vosotros y
juzgadIo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. - «No estamos autorizados para
dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había
dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el
pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. - «¿Eres tú el rey de los
judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ - «¿Dices eso por tu cuenta o
te lo han dicho otros de mi?».
C. Pilato replicó:
S. - «¿Acaso soy yo judío? Tu
gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ - «Mi reino no es de este
mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no
cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. - «Entonces, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ - «Tú lo dices: soy rey. Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez a
donde estaban los judíos y les dijo:
S. - «Yo no encuentro en él
ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad.
¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. - «A ése no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un
bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y
lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron
en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a
él, le decían:
S. - «¡Salve, rey de los
judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y
les dijo:
S. - «Mirad, os lo saco afuera, para
que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando
la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. - «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos
sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. - «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. - «Lleváoslo vosotros y
crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. - «Nosotros tenemos una ley, y
según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas
palabras, se asusto aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. - «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio
respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. - «¿A mi no me hablas? ¿No
sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ - «No tendrías ninguna
autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha
entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba
de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. - «Si sueltas a ése, no eres
amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas
palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman
«el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua,
hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. - « He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. - «¡Fuera, fuera;
crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. - «¿A vuestro rey voy a
crucificar?».
C. Contestaron los sumos
sacerdotes:
S. - «No tenemos más rey que al
César».
C. Entonces se lo entregó para
que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros
dos
C. Tomaron a Jesús, y cargando él
mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y
en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en
él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos,
porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en
hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos dijeron a Pilato:
S. - «No escribas: "El rey
de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. - «Lo escrito, escrito está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando
crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. - «No la rasguemos, sino
echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura:
«Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los
soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes
a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús
estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la
Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo
a su madre:
+ - «Mujer, ahí tienes a tu
hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ - «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el
discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo
Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ - «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de
vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se
la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ - «Está cumplido».
C. E, inclinando la cabeza,
entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace
una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era
el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el
sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les
quebraran las piernas y que los quitaran, Fueron los soldados, le quebraron las
piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él
sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que
se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la
Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Envolvieron el cuerpo de Jesús en
los lienzos con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea,
que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato
que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue
entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nícodemo, el que había ido a verlo
de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre
los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto,
un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los
judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí
a Jesús.
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