XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Acoger
a un niño no es solo cuidarlo, mimarlo o darle el sustento necesario. Significa
también aprender de él, valorar su ingenuidad, su capacidad parar sorprenderse
y admirarse de las cosas nuevas, su rapidez en olvidar las cosas negativas o su
enorme capacidad parar sonreír con mirada limpia. Ello nos ayudará a estar más
cerca de Dios.
Marcos 9, 30-37
En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie
se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les
decía:
«El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y,
después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero
no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron
a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó
«¿De
qué discutíais por el camino?».
Ellos
callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús
se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y
tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El
que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a
mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
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