San Antonio Abad
Viernes de la I Semana del Tiempo Ordinario
Para la mentalidad judía de la
época de Jesús, la enfermedad, especialmente las que desde la niñez mostraban
la cara, eran un signo de la manifestación del pecado, un pecado que pasaba de
padres a hijos. Quizá así nos resulte más fácil entender esta similitud que se
establece en el evangelio de hoy entre el perdón de los pecados y la curación
del paralítico. Los humanos somos muy dados a estigmatizar y señalar a nuestros
semejantes, mientras que Dios es muy dado a la misericordia. No estaría nada
mal que abriésemos el corazón para que esta forma que tiene Dios de mirarnos
sea el modelo para nuestras miradas.
Mc 2,1-12
Cuando a los pocos días entró
Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa acudieron tantos que no quedaba
sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un
paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío,
levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que
tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí
sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla este así?
Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de
lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es
más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o
decir: "Levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo
del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al
paralítico-: "Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa"».
Se levantó, cogió inmediatamente
la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a
Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual».
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