San Arnoldo Janssen
Miércoles de la I
Semana del Tiempo Ordinario
A veces nos cuesta imaginarnos en
un encuentro con Jesús como el que tuvieron sus contemporáneos. Otras veces
pensamos que nos resultaría más fácil seguir al Señor. Fácil no, seguro. Pero
indiferentes ante los gestos y las palabras del maestro, tampoco. Y es que la
cercanía de Jesús a todos aquellos que esperaban algo desde la fe y el
resultado de todos los signos que conocemos no dejan indiferente a nadie. Por
eso no es de extrañar que la gente se agolpase. Pero ¿entendían el porqué? ¿Lo
entendemos nosotros? No bastan los gestos, sino el vínculo y la filiación con
Dios Padre. Por eso la oración. Sigamos buscando.
Mc 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús
de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama
con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la
mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el
sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se
agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos
demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando
todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a
orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las
aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios.
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