Se lleva mucho hoy hablar de los cambios de paradigmas. En
definitiva este cambio se demanda ante la situación a la que hemos llegado en
algunos de los temas más acuciantes y de actualidad. El cambio climático, la
pobreza cronificada, el hambre, la desigualdad, la violencia, etc… En el fondo
estamos pidiendo un profundo cambio de hábitos y criterios de actuación, una
transformación de las estructuras de funcionamiento de nuestro mundo. Pero
podemos enunciarlo de otro modo: necesitamos conversión, cambiar el corazón
humano para que pueda transformar la realidad con sus acciones e intenciones.
Lc 13,1-9
En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de
los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó:
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás
galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos
pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre
de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de
Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma
manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en
ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
–Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera,
y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
–Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.
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