Domingo XXVII del Tiempo Ordinario
La humildad es un valor en
extinción. Al menos en cuanto al reconocimiento social en nuestro actual modelo
de convivencia. Valoramos más otras cosas, el éxito, la victoria, … Atrás
quedan aquellos tiempos en los que mostrarse humilde era visto como una virtud.
Sin embargo a los ojos de Dios la humildad es una actitud del creyente. Ver con
los ojos de la fe significa también reconocer la propia debilidad.
Lc 17,5-10
En aquel tiempo, los Apóstoles
dijeron al Señor:
-Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
-Si tuvierais fe como un granito
de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y
os obedecería.
Suponed que un criado vuestro
trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de
vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa?»
¿No le diréis: «Prepárame de
cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?»
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo
vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid:
«Somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer.»
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