San Francisco de Borja, Presbítero
El discípulo no necesita nada
para el camino. El corazón abierto para escuchar a la humanidad que ansía la
incansable búsqueda de la felicidad y la propuesta del Señor como el tesoro que
colma los anhelos del hombre. Nada más. Solo hay que levantarse y ponerse en
camino. Quizá esto es lo que más nos cueste. Nos hemos acostumbrado a verlo
todo desde el sillón de casa, a través de una pantalla.
Lc 10,1-12
En aquel tiempo, designó el Señor
otros setenta y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los
pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
–La mies es abundante y los
obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os
mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni
sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid
primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos
vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comed y
bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario.
No andéis cambiando de casa. Si
entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los
enfermos que haya, y decid: «está cerca de vosotros el Reino de Dios».
Cuando entréis en un pueblo y no
os reciban, salid a la plaza y decid: «Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se
nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos,
sabed que está cerca el Reino de Dios».
Os digo que aquel día será más
llevadero para Sodoma que para ese pueblo.
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