La conversión verdadera brota de
un encuentro personal con el Señor en el que descubres que tu vida da, sin modo
de evitarlo, un giro considerable. Reconstruir la existencia desde unos
cimientos nuevos. Todo lo contrario que la propuesta farisaica, basada en el
cumplimiento estricto de normas que solo afectan a la visibilidad, pero que no
tocan el corazón.
Lc 11,42-46
En aquel tiempo, dijo el Señor:
–¡Ay de vosotros, fariseos, que
pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres,
mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!
Esto habría que practicar sin
descuidar aquello.
¡Ay de vosotros, fariseos, que os
encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle!
¡Ay de vosotros, que sois como
tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!
Un jurista intervino y le dijo:
–Maestro, diciendo eso nos
ofendes también a nosotros.
Jesús replicó:
–¡Ay de vosotros también,
juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros
no las tocáis ni con un dedo!
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