XIII Domingo del Tiempo Ordinario
Jairo no pide la salvación para
él, la pide para su hija. Jairo busca con la palabra el gesto de Jesús. Pero lo
que manifiesta este relato es la absoluta confianza de Jairo en Jesús. Nuestras
enfermedades necesitan de curación, pero necesitan, especialmente, de que
confiemos. Quizá esa sea una de las enfermedades más importantes del siglo XXI,
la falta de confianza.
Marcos 5, 21-24. 35b-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó
de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y
se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga,
que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con
insistencia:
«Mi niña está en las últimas;
ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha
gente.
Llegaron de casa del jefe de la
sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué
molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que
hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara
nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa
del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se
lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son
éstos? La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó
fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró
donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa:
«Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levanto inmediatamente
y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
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