Viernes de la VIII
Semana del Tiempo Ordinario
No son pocas las ocasiones en las que Jesús le pide fe a
los discípulos. Es la respuesta a la llamada. La confianza profunda en Dios a
veces se ve enturbiada por los signos externos, por el materialismo y por el
ritmo desenfrenado de la sociedad. Pedro necesitó tiempo para entender la
importancia de la fe.
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Mc 11,11-26
Después que el gentío lo hubo aclamado, entró Jesús en
Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, salió
hacia Betania con los Doce.
Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre.
Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al
llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le
dijo:
«Nunca jamás coma nadie frutos de ti».
Los discípulos lo oyeron.
Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a
echar a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los
cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie
transportar objetos por el templo.
Y los instruía diciendo:
«¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para
todos los pueblos”? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de
bandidos».
Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como
le tenían miedo, porque todo el mundo admiraba su enseñanza, buscaban una
manera de acabar con él.
Cuando atardeció, salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de
raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
«Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado».
Jesús contestó:
«Tened fe en Dios. En verdad os digo que si uno dice a
este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree
en que sucederá lo que dice, lo obtendrá.
Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed
que os lo han concedido y lo obtendréis.
Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra
otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».