XII Domingo del Tiempo Ordinario
El discípulo vive inmerso en un ritmo vertiginoso en medio
de la sociedad. La rutina, el trabajo, las obligaciones y preocupaciones
conducen en muchas ocasiones a la inseguridad y a los miedos. La fe rompe la
cadena del miedo. Poner la confianza en Dios nos da esa seguridad que
necesitamos para afrontar con serenidad nuestra vida diaria.
Mt 10,26-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay
encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a
saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que
os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la
«gehena». ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni
uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta
los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis
más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante
los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
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