La Presentación del Señor
Viernes de la IV Semana T.O.
Quien
espera reconoce los signos de la esperanza. Como le ocurrió a Simeón. Tras una
larga e incansable espera reconoce en el niño Jesús la grandeza del Dios que se
ha hecho hombre por puro amor. En él reconoce la luz que ilumina el sendero de
los pueblos y las naciones sin fronteras ni límites. Dios se abre a todos los
hombres, razas y pueblos. Quizá esta parte aún no la hemos interiorizado.
Lc 2,22-32
Cuando
se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres
de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo
escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor»,
y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o
dos pichones».
Había
entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que
aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había
sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y
cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo
acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora,
Señor, según tu promesa,
puedes
dejar a tu siervo irse en paz.
Porque
mis ojos han visto a tu Salvador,
a
quien has presentado ante todos los pueblos:
luz
para alumbrar a las naciones
y
gloria de tu pueblo Israel.»
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