VI Domingo del T.O.
Observamos hoy varias cosas
esenciales en el evangelio. Un leproso, un desahuciado social, se acerca a
Jesús. Tal es la situación del enfermo que no suplica, simplemente le dice “si
quieres, puedes”. Reconoce en Jesús a aquel que puede restaurarle íntegramente.
Puede curar su enfermedad y devolverlo a la sociedad. Jesús, de nuevo, se
compadece y lo sana. El efecto del milagro es inmediato. El leproso que ha
experimentado no calla, divulga. No tiene miedo, grita en voz alta su
restauración.
Mc 1,40-45
En aquel tiempo, se acerca a
Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y
lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó
inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole
severamente:
«No se lo digas a nadie; pero
para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo
que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.»
Pero cuando se fue, empezó a
pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun
así acudían a él de todas partes.
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