II Domingo de Cuaresma
La revelación a los tres discípulos no pareció ser bien entendida por estos. La reacción inicial de los apóstoles no deja de sorprendernos. Se limitan a querer hacer tres tiendas para quedarse porque están a gusto. Es posible que a nosotros nos ocurra algo similar en algunos espacios y ambientes. Estamos a gusto y no queremos ver la parte de dureza del camino de la misión que el Señor nos pide. Pero todos los momentos forman parte de un todo, nuestra vida de fe. Y en todos, en los buenos y en los malos momentos debemos aprender a ver con los ojos de Dios.
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Mc 9,2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elias y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
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