La primera condición para
comprometerse con el que sufre es estar abierto a ver lo que le ocurre a los
otros. Esta capacidad para padecer con el otro (com-padecer-se) exige estar
atentos a lo que ocurre alrededor, ser sensibles a la realidad que nos afecta
cada día. El siguiente paso es ponerse al lado del que sufre, sentir lo que
siente y saber actuar desde la generosidad y el compromiso. La realidad se
transforma cuando el compromiso se hace más concreto. No es obra nuestra, es
obra de Dios y si actuamos así los demás verán que “Dios ha visitado a su
pueblo”. ¿Soy capaz de ponerme en el lugar del otro y dejar que Dios actúe?
Lucas 7, 11-17
En
aquel tiempo,
iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él
sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era
viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor,
se compadeció de ella y le dijo: “No llores”.
Y
acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: “¡Muchacho,
a ti te lo digo, levántate!”
El
muerto se incorporo y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos,
sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: “Un gran Profeta ha
surgido entre nosotros”, y “Dios ha visitado a su pueblo”.
Este
hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
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