Nos cuesta detenernos y
contemplar… La dinámica de nuestra vida se asienta tanto en las prisas que no
nos paramos a ver lo que ocurre. Y a nuestro alrededor, incluso en nuestro
interior, ocurren cosas maravillosas. En lo sencillo y en lo extraordinario.
Solo tenemos que mirar con otros ojos, con los de la fe. Sin hacer nada
especial, solo mirar y dejarnos sorprender por lo que vemos. Se trata de afinar los sentidos, ¡ahí está Dios! Y
todo lo hace bien y maravilloso. Es el Reino de Dios. ¿Soy capaz de verlo? O ¿vivo deprisa?
Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo,
dejando Jesús el
territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la
Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le
piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente, a
solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y,
mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, (esto es: «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los
oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó
que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia
lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien;
hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario