domingo, 9 de septiembre de 2018

En lo ordinario hace cosas extraordinarias...


Nos cuesta detenernos y contemplar… La dinámica de nuestra vida se asienta tanto en las prisas que no nos paramos a ver lo que ocurre. Y a nuestro alrededor, incluso en nuestro interior, ocurren cosas maravillosas. En lo sencillo y en lo extraordinario. Solo tenemos que mirar con otros ojos, con los de la fe. Sin hacer nada especial, solo mirar y dejarnos sorprender por lo que vemos. Se trata de afinar los sentidos, ¡ahí está Dios! Y todo lo hace bien y maravilloso. Es el Reino de Dios. ¿Soy capaz de verlo? O ¿vivo deprisa?



Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo,
dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, (esto es: «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

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