II Domingo de Cuaresma
La revelación de la
transfiguración es un momento clave en la existencia terrena del Mesías. En
esta revelación se dan todos los elementos propios del mesianismo del Antiguo
Testamento, pero especialmente la plenitud de los nuevos tiempos. La “montaña
alta” como lugar privilegiado para la revelación divina. Los personajes del
Antiguo Testamento Elías y Moisés colocan a Jesús en el ámbito de la plenitud
de la revelación de Dios. El asombro de los discípulos ante el desvelamiento
del misterio. Y lo más sorprendente, la revelación de que el verdadero Mesías
resucitará porque antes debe pasar la trágica entrega en la cruz, el sirvo
sufriente de Isaías. Un relato que es una luz en el camino contemplativo en el
camino cuaresmal hacia la Pascua.
Mt 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo
a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña
alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y
Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra
y dijo a Jesús: -«Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando
cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube
decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los
discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos,
les dijo: -«Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que
a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña,
Jesús les mandó: -«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre
resucite de entre los muertos.»
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