Martes de la II Semana de Cuaresma
El canto a la humildad como
actitud fundamental del cristiano pasa por mirar al interior y dejarse mirar
por la Palabra de Dios. Miradas que cuesta hacer y dejar hacer. La humildad nos
hace, aparentemente, vulnerables. Sin embargo, en la fragilidad está nuestra
fortaleza. Lejos de la tentación de sobresalir, de aprovechar nuestro rango
para estar por encima de los demás, la propuesta cristiana va a lo profundo de
nuestra propia existencia. El lugar del corazón donde atesoramos lo
verdaderamente relevante. Allí está Dios. Allí están nuestros semejantes. Allí
está nuestro verdadero ego. El resto es una máscara construida para tapar
nuestra fragilidad.
Mt 23,1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la
gente y a sus discípulos diciendo:
-En la cátedra de Moisés se han
sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían
fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero
ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es
para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del
manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor
en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los
llame «maestro».
Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois
hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es
vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
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