Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Jueves de
la IX Semana del Tiempo Ordinario
La oración de Jesús es el modelo más genuino de oración
de un discípulo. Ante la experiencia vital más reveladora de su misión, la
entrega amorosa hasta el extremo, Jesús ora en profundidad al Padre. No es
posible la aceptación de la voluntad de Dios sin esta intimidad. Igualmente
nosotros hoy no podemos avanzar en el camino de la fe y de la vida sin ese
diálogo íntimo con el Señor.
Mateo 26, 36-42
Jesús fue con sus discípulos a un
huerto, llamado Getsemaní, y le dijo:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a
orar».
Y llevándose a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
«Mi alma está triste hasta la muerte;
quedaos aquí y velad conmigo».
Y adelantándose un poco cayó rostro
en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este
cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
Y volvió a los discípulos y los
encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar una hora
conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está
pronto, pero la carne es débil».
De nuevo se apartó por segunda vez y
oraba diciendo:
«Padre mío, si este cáliz no puede
pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
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