I Domingo de Cuaresma
No es ajeno Jesús a la realidad humana. Tras su
bautismo en el Jordán, inicia la vida pública. Pero antes tiene que enfrentarse
a las propuestas que la vida humana le plantea. Y tiene que discernir. Eso es
el desierto de las tentaciones. Un ámbito en el que la necesidad, la vulnerabilidad
humana se pone en juego y cada ser humano tiene que afrontar la decisión de
optar por el camino que le de la felicidad. Jesús es capaz de reconocer cada
camino y optar. Pero su opción está vinculada a la misión encomendada por el
Padre. Desde este momento, la misión y su persona son inseparables.
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Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al
desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado
por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de
Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
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