Santos Pedro Poveda Castroverde e Inocencio de la
Inmaculada Canoura Arnau, presbíteros,
y compañeros, mártires
Miércoles de la XXXI Semana del T.O.
A estas alturas no deberían
extrañarnos las condiciones exigentes para el discípulo. El seguidor de Cristo
adquiere libremente un compromiso que inunda su vida entera, todas sus dimensiones,
con la garantía de que asienta el sentido de su vida sobre cimientos sólidos.
Puede temblar, ser azotada por el viento, doblarse, parecer que se agota, pero
si está arraigado sobre la roca firme de la fe en Cristo no desfallece. Quizá
hoy sea un momento de gracia para interrogarnos sobre lo que nos vincula al
Cristo, lo que significa ser discípulo y si nos hemos comprometido plenamente o
seguimos racaneando.
Lc 14,23-33
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no
pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a
sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si
quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver
si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos
y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y
no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la
batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres
podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está
todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre
vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
No hay comentarios:
Publicar un comentario