miércoles, 6 de noviembre de 2024

¿Discípulos míos?

 Santos Pedro Poveda Castroverde e Inocencio de la

Inmaculada Canoura Arnau, presbíteros,

y compañeros, mártires

Miércoles de la XXXI Semana del T.O.

A estas alturas no deberían extrañarnos las condiciones exigentes para el discípulo. El seguidor de Cristo adquiere libremente un compromiso que inunda su vida entera, todas sus dimensiones, con la garantía de que asienta el sentido de su vida sobre cimientos sólidos. Puede temblar, ser azotada por el viento, doblarse, parecer que se agota, pero si está arraigado sobre la roca firme de la fe en Cristo no desfallece. Quizá hoy sea un momento de gracia para interrogarnos sobre lo que nos vincula al Cristo, lo que significa ser discípulo y si nos hemos comprometido plenamente o seguimos racaneando.


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Lc 14,23-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:

“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

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