XXXII Domingo del T.O.
Dicen que las primeras
comunidades cristianas vivían como su fueran uno. Oraban juntos, aprendían
juntos, celebraban juntos, colaboraban juntos y sentían lo mismo. Tenían tan
reciente en el tiempo el espíritu de la buena nueva que nada ni nadie
perturbaba su horizonte. Dicen también que el paso del tiempo y la
institucionalización de fe condujo a una vivencia más superficial de la fe. Que
con el tiempo aprendieron los creyentes a hacer las cosas por apariencia, con
superficialidad y con el objetivo de tranquilizar las conciencias. Pero esto no
es nuevo. Esto ya lo advertía Jesucristo. Y nosotros, en 2024, nos debería
interpelar. ¿Cuál es mi aportación al nuevo reino de Dios?
Mc 12,38-44
En aquel tiempo, Jesús,
instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les
encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas,
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas
oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente
del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos
ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir,
un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les
dijo:
«En verdad os digo que esta viuda
pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han
echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo
que tenía para vivir».
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