Cada día 821 millones de personas pasan hambre. Esta lacra
del siglo XXI que nos negamos a abordar con responsabilidad deja estómagos
vacíos y vidas rotas por la desigualdad y la pobreza, un mundo quebrado con una
humanidad dividida. Hay otro tipo de hambre, estómagos saciados de pan
superfluo, pero entrañas vacías de sentido. La plenitud de la vida se colma con
otro pan…
Jn 6,44-51
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me
ha enviado.
Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos
de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a
mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que
procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el
desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el
hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
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