San Atanasio. Sábado de la III Semana de Pascua
El momento que estamos viviendo
ahora mismo es propicio para reflexionar, para hacerse preguntas. Es posible
que algunos de los hombres tengan asentada su existencia en el único cimiento
de la acumulación. A veces escuchar a grandes empresarios, algunos políticos y
sectores de la sociedad (de la alta) atestiguan esa motivación vital. Sin
embargo, el paso del coronavirus nos está dejando patente que eso no sirve de
nada. De un día para otro pierdes la salud, la compañía, incluso la propia
vida. Y lo haces solo sin que de nada sirva la riqueza material acumulada.
Toman un sentido único las palabras del Evangelio: “solo tú tienes palabras de
vida eterna…”
Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos
discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
«Este modo de hablar es duro,
¿quién puede hacerle caso?».
Adivinando Jesús que sus
discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si
vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y
vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie
puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos
suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los
Doce:
«¿También vosotros queréis
marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo consagrado por Dios».
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