Martes de la IV
Semana de Pascua
De poco sirve la iniciativa de Dios si el ser humano
mantiene el corazón ocupado en otras cosas. Poco aportan las obras, los gestos,
ni las palabras si los sentidos siguen adormecidos. Así nos encontramos,
agobiados de cosas, las alforjas llenas de superficialidad y el corazón rendido
a otros dioses, dinero, mercado, fama, poder… y cada uno ha encontrado el suyo.
Este tiempo de excesivo ruego que estamos viviendo debería permitirnos
detenernos, reflexionar, ordenar nuestra casa y salir despiertos, despejados,
con los ojos abiertos y el oído atento. Con un olfato nuevo para ver donde
antes no veíamos…
Juan 10, 22-30
Se celebraba en Jerusalén la fiesta
de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por
el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en
suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las
obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero
vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y
yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán
para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es
más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».
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