San Felipe Neri, Presbítero. Martes de la VII Semana de Pascua
La oración que Jesús dirige al Padre es maravillosa. En ella se
reconoce la naturaleza de su misión, que no es otra que la Gloria de Dios y el
reconocimiento como Dios verdadero. El anuncio del Reino de Dios ha dado su fruto
y se ha extendido en el tiempo. Y testigos de ello somos los elegidos de Dios.
Juan 17, 1-1 1a
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo
te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida
eterna a todos los que le dado sobre todo carne, dé la vida eterna: que te
conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra
que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que
yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo.
Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han
conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado
las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido
verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú
me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he
sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo,
mientras yo voy a ti».
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