San Isidro Labrador. Viernes de la V
Semana de Pascua
No hay duda de que la palabra amor es un de esas
palabras grandes. De esas que no se pasan de moda. Pero el uso excesivo quizá
nos ha hecho olvidar su profundidad. Es posible que llamemos amor a demasiadas
cosas. ¿Quizá nos lo deberíamos preguntar? ¿Qué es para nosotros amor? El
Evangelio marca una exigencia singular y única. No es amor aquello que no
conlleva un compromiso como fruto irrenunciable del amor, no como una
imposición, ni como una obligación. Es fruto del amor, así de simple. Quien ama
se siente inclinado a dar frutos de ese amor. Y el fruto del amor se nota, se
huele, se palpa y deja su rastro en las páginas de la historia.
Juan 15, 12-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Este es mí mandamiento: que os améis
unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo
que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo
que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».
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