viernes, 1 de mayo de 2020


Viernes de la III Semana de Pascua
El vínculo entre el creyente y el Señor pasa, irremediablemente por compartir este gran misterio de la muerte y la resurrección del Señor. Incomprensible, muchas veces para el entendimiento humano, se hace entendible cuando nos acercamos al encuentro del resucitado desde la humildad, la sencillez y el reconocimiento de que estamos a la búsqueda de aquello que nos llene y complete nuestra vida.

Juan 6, 52-59
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

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