VI Domingo de Pascua
El amor de Dios se concreta en el
amor fraterno. Es muy cómodo decir que amamos a Dios, pero el criterio diario
de ese amor no es otro que el amor al hermano. Dicho amor se traduce en
actitudes muy concretas, tanto como difíciles de llevar a cabo. Nuestro
entorno, reducido, en el que todos nos conocemos, es la comunidad en la que el
amor de Dios se encarna. Y nosotros somos los agentes responsables de la encarnación
del amor. Nuestra convivencia diaria, nuestra ayuda mutua… cada gesto recrea el
amor de Dios… o lo destruye…
Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así
os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi
alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os
améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo
que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y
deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al
Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos
a otros».
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