V Domingo de Pascua
La adhesión personal con Cristo
se traduce en una comunión íntima y profunda que se sostiene y permanece en el
tiempo. La consecuencia inevitable de esa comunión son los frutos de la fe, el
compromiso real y efectivo del creyente con la misión a la que es enviado, una
misión que no es del creyente, sino que la ha recibido del Señor. Solo se
comunica de modo veraz al exterior lo que realmente llevamos dentro. Por eso la
unión con la raíz nos da la savia necesaria para ser testigos. Ahí radica la
fortaleza del envío apostólico. Comuniquemos a los demás la alegría de vivir
unidos a Cristo, la esperanza que proviene de la comunión con Dios y que tanto
necesita hoy nuestra sociedad.
Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi
Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a
todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por
las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre,
con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
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