Jueves de la VII Semana de Pascua
La oración de Jesús al Padre se
concreta en una petición muy concreta, la unidad de todos los discípulos.
Unidad en la raíz, en la vinculación a Jesucristo, en el amor. Diversidad en
los carismas, como nos explica San Pablo. Pero unidad. Una unidad que a lo
largo del tiempo se ha ido rompiendo y que debemos mimar, porque es la
intención y el deseo de Jesucristo. Pero la unidad no es solo un deseo, es una
responsabilidad.
Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, levantando los
ojos al cielo, oró, Jesús diciendo:
- «No solo por ellos ruego, sino
también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú
me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí,
para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has
enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los
que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me
diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha
conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he
dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías
esté en ellos, y yo en ellos».
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