La Visitación de la Virgen María
Lunes de la IX Semana del Tiempo Ordinario
La presencia del Hijo de Dios es
motivo de alegría para quienes esperan en el Señor. Nada como un corazón
humilde y abierto al encuentro con el Señor para que Dios se adentre en nuestra
vida. Así lo proclama María en este evangelio. Dispongamos nosotros también
nuestro corazón para recibir al Señor y nada como la humildad para que habite
en nuestra vida.
Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se
levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del
Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu Vientre!
¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que
te ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la
humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas
las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: “su nombre
es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en
favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos
tres meses y después volvió a su casa.
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